viernes

El Pesoa

¿Quién puede ser tan insensato como
Para morir sin haber dado, por lo menos,
Una vuelta a su cárcel?

Marguerite Yourcenar
Opus Nigrum
A mi viejo, por cada corte de luz.

Todos los días, aunque sea un ratito, me escapo al galpón que está en el patio de mi casa a jugar con mis sierras, tuercas, maderas, antigüedades y novedades. Hace 6 años que vivimos acá, y con acá digo, en San Marcos Sierras, un pueblito tan chico, pero tan chico, que ni intemperie hay.
Con mi mujer, mis hijas y mi suegra, nos construimos una casa y al fondo, en un cuadrado de terreno que quedo olvidado en los planes de la nueva vida, monté mi galponcito, con mis herramientitas y mis antigüedadcitas.
La primera vez que entré, una vez armado todo, quede tan hipnotizado con un sol de noche que hacía ya tres años que me había propuesto arreglar y nunca me había hecho un tiempito, que no me percate la presencia de alguien en la puerta.
-        Si doblas mucho ese cañito de ahí, lo vas a romper – me dijo mi viejo, acercándoseme por detrás para tener una mejor vista de lo que yo estaba haciendo.
Sin darle mucha bolilla, seguí con lo mío, doblando el cañito para darle la forma que yo quería, pero estaba haciendo mal la fuerza y en cuestión de segundos tenía el cañito partido en dos en la mano y ningún repuesto para usar.
-        No ves? Sos un boludo! Si me escucharas, te dije que el cañito se iba a romper, y que paso? Ahora no tenés con que arreglar el sol de noche. Ese estaba en casa, no? De algún lado lo tengo visto… Ah, , ya me acuerdo. En el escritorio de la estancia había uno muy pero muy parecido, pero se rompió hace mucho. En fin, agarra aquel cañito que tenés ahí al lado de la puerta, colgando y usalo, pero medilo bien, no vaya a ser que después te quede demasiado largo y no suba bien el alcohol de quemar.
Esta vez rápidamente seguí sus instrucciones mientras cortaba y limaba el caño de repuesto provisorio, y no puedo creerlo, pero quedo impresionante, ni se notaba que no pertenecía al farol y el alcohol subía a la perfección.
Mi viejo empezó a reírse de mientras yo puteaba intentando terminar de poner todo en su lugar y presentar el farol.
-        Callate vos! – Le dije enojado – Ah, eso. ¿Qué haces acá?
-        Nada, solo vengo a acompañarte. De paso me rio un rato, allá son todos muy aburridos.
-        ¿Allá? – Pregunte y la sorpresa disipo el enojo con la velocidad de un rayo.
-        Si, allá, y deja de hablar al pedo y ponete a laburar, che!
Desde ese día, cada vez que entraba al galpón, mi viejo me esperaba y me señalaba hasta donde tenía que ajustar la tuerca, en que dirección pegarle al clavo con el martillo y cuantas veces debía hacer palanca para doblar un fierrito.
Pero un tarde, hace más o menos un mes, dejó de venir, y dejó de enseñarme. Si, así de simple, no vino mas. Claro que yo seguía escuchando como se reía de mi cada vez que me confundía o rompía algo.
Lo busqué y lo esperé un montón de veces, es más, incluso hacia todo mal a propósito, a ver si el volvía a retarme y decirme qué tenía que hacer.
Pero nada.
Fue el viernes pasado cuando entre a mi galponcito y en vez de a mi papa, encontré a mi hija menor, Catalina, jugando con las tuercas y los tornillos. Hablando sola.
-        Hola papii – me dijo con esa vocecita tan dulce y cantarina.
-        Hola Chichi, ojo que no te cortes, que esto es un desastre.
-        Si si, estoy jugando con el abuelo Mario, me está enseñando que estas de acá son tuercas – dijo señalándolas a todas con el dedo- y estos son destornilladores. Acá están los tuernillos, pero …—Dijo mirando para todos lados, medio tristona — no está mas ..
-        Y si, el abuelo hace esas cosas Catu, pero seguí jugando nomás. Yo voy a ir a tomarme unos mates con la vieja, a ver qué onda la tardecita.
Así que me fui, dejando a mi hija con mi viejo. Faa, me dije mientras tomaba unos mates con Leda, mi mujer, que dos dijo el diablo.
Sigo yendo al galpón, pero mi viejo ya no me acompaña, ahora es la Catu la que juega con las herramientitas y las “hace hablar” mientras cuenta apasionantes historias de amor. Y es ella, también, la que habla con Mario y le cuenta, de paso, que ya sé doblar, cortar, afilar, martillar y pegar, todo yo solo, y que no necesito ayuda. Pero lo extraño.
Es re complicado explicar las relaciones padre-hijo, pero yo, cada vez que saco el tema con mis amigos, digo que no me parezco a mi viejo, yo soy mi viejo, y es por eso, que entonces, me río de mi mismo cada vez que me mando una cagada mientras arreglo alguito en el galponcito del fondo de mi casa.

Cherka – Junio 2010

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