jueves

Intitulado


Después de haberse ausentado cuatro años, sumergido en una resaca impasible que lo arrastró al precipicio del Averno; despertó. Más en su delirio, los estertores de Hades ya apostaban con su ánima, e intentando manotear algún destello en la penumbra, él roncamente gemía: “¡Lana…Lana!”
Su singular voz en cada ocaso se iba apagando, quedando solo rescoldos de lo que antaño fue el mejor tenor de Ciudad Plendora. Los médicos, inquietados por el perenne trance del paciente comunicaron aquel peculiar indicio a la prensa. 
Más, cuando ya todos daban por marchita la esperanza de ubicar al ser, que en agonía el tenor aludía; un terso rocío trajo consigo una esbelta dama, que acercándose al enfermo lo besó en las manos.
Y mientras ella susurraba ignotos sentires, Dios sabía… que con el último aliento de aquel hombre, nacería el primer gran suspiro de aquella misteriosa mujer, que sollozando no paraba de repetir: “Nunca te lo perdonare… ¡Nunca!”.


Josefa