Lo importante es el cielo.
Estoy tan convencido que lo
repito una y otra vez.
A decir verdad, lo que vale es lo
que me conduce hacia él. Lo demás no interesa.
En el cielo, no hay reuniones
solemnes, pomposas como esas fiestas donde todo es etiqueta, protocolo,
aristocracia, donde los convidados deben hacer lo posible para no bostezar y
dormirse.
Mi cielo, es un lugar donde hay
una fiesta eterna, donde todos se conocen, se ayudan y se aman sin decepciones
y aburrimientos.
En fin, en el cielo, siempre es
navidad.
Quienes pueblan el cielo, vendrán
a mi encuentro. No son como lo representa aquí en la tierra.
No estoy para nada interesado en
convivir con esas figuras estáticas y gigantes de percepción que nos sugieren
las monumentales estatuas que hay en Roma. Tampoco estoy interesado de vivir en
la eterna compañía -¡Leé bien! ¡Eterna!- de los personajes melosos y derretidos
que pululan desgraciadamente, gracias a la decadencia y comercialización del
arte sacro en la mayoría de nuestras iglesias.
Menos me seduce la idea de vivir
en compañía de los monstruos del arte moderno, robots angulosos y agresivos,
ausentes de todo calor humano.
En el cielo, estoy seguro, voy a
vivir con la buena gente del mundo, gente de carne y sangre. Gente como la gente.
Mi cielo es este, mi cielo es así.
Y es en el que yo pienso cuando
repito como ahora: “Lo importante es el cielo”.
Mayo 2012
Alfredo Díaz