martes

Castillo de Arena


Claaap! Sacatracapuum. Pim, Pam, Pum, splashh. Crash Crash, Gshhhchjj, Capluuumm, Tititiitiiiiitiiiitii.
En fin, imposible de describir con palabras coherentes el porrazo que se pegó Julito esa tarde en la plaza.
Él miraba a la nena de en frente, con ese amor incondicional, ese arrebato emocional que solo sienten los niños de entre 5 y 8 años.  Porque viste que después de los diez ya empiezan los piquitos en la esquina y que "aquella no me da bola", "Pepito no me quiere" y esas cosas. Y ni hablemos de los quince para arriba! Dios mio! Qué la juerga, qué el toqueteo, que me dejaste por ESA, que no quiero verte ni en figurita y demases. Pero hablábamos de Julito, no de la adolescencia y sus estrafalarios actores. 
Julito miraba a Lola, sí, Lola se llamaba, y Julito, como buen nene enamorado, no se cansaba de nombrarla y renombrarla, de mirarla y remirarla. 
Ella, por supuesto, no sabía de la existencia del pobre nene hasta que éste, en su afán por llamar su atención tropezó en el tobogán y quedó patas para arriba en la arena.
Que risa, que de burlas que recibió.
Pero Lola, ni enterada de que Julito era Julito, claro. Así que también se rió.
Nuestro pobre enamorado, entonces, decidió que tenía que descubrir la forma de llamar la atención de Lola sin accidentarse. Así que se subió a la hamaca y se hamacó tan alto como pudo.
Cabe mencionar que Julito era un genio de la hamaca y sabía hacer todas las piruetas habidas y por haber. 
Se hamacó y se hamacó. Pero nada.
Se paro mientras se hamacaba y Lola nada.
 Se tiró de como dos metros y aterrizó de pie, pero Lola estaba demasiado concentrada en su castillito de arena como para darse cuenta de las proezas del saltimbanqui.
Después de varios saltos, volteretas y mucho cansancio, se dio cuenta de que era inútil, que Lola no iba a mirarlo nunca de los nuncas.
Julito estaba tristísimo. Tan triste que toda su tristísima tristeza podría alimentar a medio mundo.
Lolita, a todo esto, intentaba con todas sus fuerzas poner la banderita de su castillo en la torre mas alta, sin tirar todo al piso, pero el pulso de nena chiquita le jugó una mala pasada y terminó con medio castillo despatarrado en la placita.
Ahí fue cuando Lola se largó a llorar y cuando Julito corrió a consolarla.
Nuestro pequeño Romeo abrazó a su pobre Julieta y le dijo que iba a ayudarla, si le prometía volver con él, cuando sus madres quieran ir a casa.
Y si .. obviamente, Lola dijo que sí.
Y si .. Julito resultó ser un excelente constructor de castillos de arena.
Y si, volvieron juntos. Ese y todos los días.
Hoy Lola no es mas Lola. Es Alejandra.
Hoy Julito no es mas Julito. Es Julio Arreneuve, uno de los mejores arquitectos que vi en mi vida.
Y Alejandra, por supuesto, es madre de Esteban y Clara Arreneuve.

Que trillado.