sábado

911

No puedo evitarlo, tengo que decirles esto.
Si, a ustedes, quienes sean.
Mi gato toma café.
Todo empezó esta mañana, cuando, en el apuro, no pude terminarme mi hermosa taza de café y dejé exactamente la mitad sobre el escritorio.
Quiero aclarar, antes de que digan nada, que mi escritorio es un desastre de tazas de café, colillas de cigarrillo, papeles de chicles y muuuchas hojas de cuadernos con frases, cuadraditos (tipo tablero de ajedrez, ¿viste?) y dibujos de esos que hace uno cuando habla por teléfono.
Sigo, entonces.
Me fui, corriendo como siempre, y ahí quedo olvidada mi taza.
Hace unos 30 minutos volví. 
Cabe mencionar que la casa estaba patas para arriba, pero yo ni lo noté, porque SIEMPRE esta patas para arriba.
Me acerco al escritorio, prendo la compu y noto la taza de café.
Vacía.
(Bueno, soy una exagerada, no estaba vacía, pero había mucho menos que a la mañana)
Miro al gato. Grave error.
Lucky saltaba de acá para allá, como quien tiene un estomago de cinco centímetros y se ha bajado media taza de café.
Gato hijo de puta.
Nunca más.
Ahora entiendo de donde saca la energía.