miércoles

La del quinto

El reloj marcaba las dos y cuarto de la tarde del lunes cuando todos se enteraron de lo sucedido: La del quinto estaba embarazada.
Fue Doña Rita quien inició el rumor, como siempre.
Doña Rita es de esas mujeres que, al no tener marido, ni ganas de cocinar, viven a través de los demás y, por eso mismo, es la encargada de que cada pequeña acción que realice cada ser humano pase por los oídos de cada vecino.
Yo estaba en casa, tejiendo el ultimo punto de un abrigo para mi sobrino que hacía meses que venia dejando de lado, cuando se oyó el grito de Rita desde el segundo piso
"¡La señorita Clara está embarazada!"
Y claro, tuve que bajar, porque la reunión ya había empezado sin mi, y no podía perderme de semejante alboroto.
José Luis y Don Carlo ya estaban mirando a la propagadora del chisme como si fuese el mismísimo demonio.
"Mujer, no diga esas cosas, Clara es una niña todavía"
"Le digo que si, Don Carlo, yo vi a la chica comprar el eva-test en la farmacia esta mañana"
José Luis, que ya estaba acostumbrado a que su vecina de al lado inicie este tipo de discusiones con Don Carlo, rápidamente intento calmar las aguas.
"Seguro que Doña Elvira puede decirnos todo ..."
"Acá estoy" dije al escuchar mi nombre "Yo no sé nada de la pobre chica"
Y ahí fue cuando se apareció la muchachita del cuarto, cargando con su criatura.
"¿Cómo les va? Escuché que Clarita va a tener un hijo"
"¿No ve Carlo? Lo que le digo" dijo Doña Rita con desdén.
No había pasado ni una hora que ya los del noveno y el sexto se habían acercado a la puerta de la chusma a discutir sobre el asunto. Yo, por mi parte, había buscado mis agujas y un sillón y me había acomodado en el pasillo, para seguir tejiendo mientras Don Carlo hacía pasar el mate amargo y las galletas de queso.
A eso de las seis de la tarde, el niño (según Rita) se llamaba Agustín, era el hijo bastardo del carnicero de Callao y Corrientes, que la semana pasada había renunciado para escaparse con la hija del kiosquero (claramente, el kiosquero lo buscaba con un hacha por todo el país) y por supuesto, había dejado embarazada a la niña Clara en el proceso.
Nadie había querido nunca al carnicero de Callao y Corrientes, pero a mi me resultaba agradable. Era un tipo callado, sin muchas pretensiones, fiel a sus creencias y de mirada tranquila. Siempre iba a comprarle a él (a escondidas de Doña Rita) y charlabamos un poco. Era cierto que la semana anterior había renunciado a su puesto, pero sólo porque se iba a vivir a Misiones, a su pueblo natal, y hasta donde yo sabía, la hija del kiosquero estaba en su casa, jugando a la computadora.
Claro que todo esto, a Doña Rita le importaba poco y nada. Si ella quería que la historia fuese "así", así era.
Ocho y media la vimos bajar a Clarita, bolso en mano y sonrisa deslumbrante, como siempre.
"Oiga Clara, ¿para cuándo el niño?" le dijo José Luis, que ya después de unas horas y varios mates lavados, se había resignado al chisme.
Doña Rita infló el pecho y esperó la respuesta de una pobre Clara, que de embarazada no tenía ni un pelo y casi se le cae la cara de sorpresa.
"José Luis ¿Qué niño?"
"Me ha llegado el rumor" dijo Doña Rita entonces, intentando salvaguardar su honor "de que usté mi niña estaba embarazada. En ningún momento lo creí cierto, por supuesto."
Todos rodamos los ojos. Siempre lo mismo.
Una vez aclarado el lío, agarré mi sillón, mis agujas y el abriguito incompleto y subí a mi piso, pensando en la pobre Clara, que no había pisado la farmacia en semanas y murmurando en voz baja.
"Ya no saben qué inventar ... ya no saben qué inventar"